23 de septiembre
SAN ANDRÉS
HUBERTO FOURNET
Fundador de la Comunidad
de Hermanas de la Santa Cruz
(1752-1834)
SU VIDA
Este fue el muchacho que cuando era estudiante firmaba sus
libros con esta frase: "Andrés, que nunca será ni religioso ni
sacerdote". Y Dios le hizo la jugada de hacerlo sacerdote y fundador de
una orden de religiosas. Nació cerca de Poitiers (Francia) en 1752.
En sus primeros años era rebelde y molestón y la única que
medio lo podía soportar era su propia madre. Pero esta santa mujer se propuso
hacer de esa fierecilla un buen pastor, que salvara otras almas que estuvieran
en dificultades.
Su mamá era supremamente generosa con los pobres. Andrés la
criticaba porque le parecía que ella daba demasiado, y le decía que a los
pobres había que darles las sobras únicamente. Ella le dijo un día: "Mira,
vas a la mesa, echas en una bandeja las mejores frutas, los panes más grandes y
los traes y los regalas al pobre que está en la puerta pidiendo. Recuerda que
lo que se dé al necesitado se le da a Nuestro Señor, y que para el Señor
siempre se da lo mejor". En el momento el muchacho no entendió la lección,
pero más tarde hará de este consejo de su madre una ley para toda su vida.
Los papás lo enviaron a un colegio a estudiar interno, pero
Andrés era el promotor de todos los desórdenes. Parecía que tuviera cien pulgas
debajo de la camisa. No era capaz de estarse quieto. Al fin el rector, como
castigo, lo hizo encerrar en un cuarto oscuro. Pero el inquieto estudiante se
fugó de allí y se fue para la casa. Cuando su padre ya le iba a dar por ello un
tremendo castigo, la mamá intercedió por él y obtuvo que le perdonara el castigo
con tal de que volviera al colegio y se portara bien. Así lo prometió y así lo
cumplió. En adelante su conducta fue excelente.
Al empezar sus estudios de filosofía en Poitiers, perdió el
poco fervor que tenía y se dedicó a una vida mundana y de continuos paseos y
fiestas y bailes. Pero todo esto le dejaba un vacío inmenso en el alma y una
insatisfacción completa y horrible.
Sin consultar a ninguno de su familia se entró de militar.
Pero cuando quiso visitar a sus familiares, ninguno lo quiso aceptar. Y tuvo la
mamá que ir al ejército y pagar una fuerte multa para que lo licenciaran y lo
dejaran retirarse. Quiso buscar puesto como empleado público, pero tenía una
letra tan enredada que en todas las oficinas donde pidió empleo fue rechazado.
Fue entonces cuando le recomendaron que se fuera a pasar
unas semanas con un tío sacerdote, párroco, que tenía fama de santo. Y allí en
compañía de este hombre de Dios, le llegó a Andrés el cambio total en su
comportamiento y en su modo de pensar, y se dedicó a los estudios
eclesiásticos, y a la oración y la meditación.
Fue ordenado sacerdote y enviado como ayudante de su tío el
párroco.
Empezó a predicar y lo hacía con palabras muy elegantes y
rebuscadas. Un día al empezar el sermón se le olvidó todo y tuvo que suspender
su sermón. Su tío, el anciano párroco, le dijo: "Es que lo que buscas es
lucirte y aparecer bien ante los demás, y eso no le gusta a Dios. Debes
predicar con más sencillez". Cambió entonces de método y en adelante la
gente comentaba: "Antes el padrecito aparecía como muy sabio, pero nadie
le entendía nada. Ahora habla como nosotros, y su predicación nos vuelve
mejores".
Cuando ya lo nombraron párroco, Andrés se dedicó a vivir muy
elegantemente con lujosas comodidades en su casa cural. Más le interesaba
aparecer como un señor muy importante que como un santo sacerdote. Su madre
seguía rezando mucho por él. Y un día que había preparado un gran almuerzo para
los más ricos de la parroquia llegó un pordiosero a pedirle limosna y entró
hasta el comedor. El Padre le dijo que no tenía nada para darle, y el otro
observando esas mesas tan bien servidas le dijo: "¿Y todo esto qué
es?". Y mirándolo fijamente le dijo: "Padre Andrés, usted vive más
como un rico que como un pobre, como lo manda Cristo". Esta frase le
impresionó inmensamente al joven párroco. Esa noche se fue a la iglesia y le
pidió perdón a Nuestro Señor y desde el día siguiente quitó todos los lujos de
su casa parroquial, y se dedicó por completo a ayudar a los pobres. En adelante
en vez de invitar a los ricos se iba a visitar a los más abandonados. Desde que
dejó su vida de lujos y de comilonas y se dedicó a gastar todo lo que recibía a
favor de los pobres, la santidad de Andrés empezó a crecer notablemente.
En 1789 estalló la terrible Revolución Francesa que asesinó
a miles de católicos y persiguió sin compasión a todos los sacerdotes. El Padre
Andrés tuvo que esconderse y los guardias de la revolución lo buscaban por
todas partes. Un día cuando estaba escondido en un armario en una familia, al
oír que los perseguidores amenazaban a los demás de la casa, salió y se les
presentó a los militares, y estos quedaron tan impresionados ante su venerable
presencia, que se fueron y no se lo llevaron preso.
El Padre Andrés se disfrazó de labrador y se fue a vivir en
la finca de una señora muy católica. Pero un día llegaron allá los enviados del
gobierno en busca de él para llevárselo y matarlo. La señora y Andrés estaban
charlando junto a la chimenea cuando de repente llegaron los gendarmes preguntando
por el sacerdote. La dama sin más ni más le dio una cachetada al padre
diciéndole: "Váyase inmediatamente a hacer sus oficios y deje de estar por
aquí sin hacer nada". Los militares creyeron que era un servicial de la
casa y no lo siguieron, y así él pudo salir huyendo. Después decía por burla:
"Fue lo mejor que usted podía hacer. Si no, me habrían descubierto".
Después tuvo que salir huyendo hacia España y allá estuvo
cinco años. Cuando suavizó la persecución, volvió a su querida parroquia de
Maillé y se dedicó a reavivar el fervor de sus parroquianos predicándoles
misiones y dedicando muchas horas a confesar. Todos lo querían.
Tuvo la suerte de encontrar una mujer con grandes cualidades
para la vida religiosa, Santa Isabel Bichier, y con ella fundó la Comunidad de
Hermanas de la Santa Cruz, que se llaman también, hermanas de San Andrés. Él
fue hasta su muerte el director espiritual de esa comunidad. Un día en que las
religiosas no tenían casi harina para hacer pan para sus muchos niños pobres,
el santo le dio la bendición a un poco de harina, y con ella pudieron hacer pan
para todos.
Muchos laicos y sacerdotes lo buscaban para que les diera
dirección espiritual porque tenía el don de saber aconsejar muy bien.
El 13 de mayo de 1834 pasó a gozar de la paz del Señor
Para nosotros la vida de San Andrés Fournet es un ejemplo de
cómo aunque en nuestros primeros años no hayamos sido muy fervorosos, si
tenemos buena voluntad y deseo de tener contento a Dios, podremos ir avanzando
notablemente hacia la santidad.
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